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martes, 9 de octubre de 2012

Viento que cura

Ella estaba sentada en un restaurante vegetariano de Coyoacán, supuestamente comiendo con una amiga, razón por la que no comería conmigo. Yo, caminé hacia el lugar donde estaban ella, el restaurante vegetariano y... un tercero, no su amiga. Ese fue el primer acto de una historia de desengaños que no cabe en este blog, pero que concluye en una depresión post ruptura amorosa abrupta, con lesiones de tercer grado...

Afortunadamente por esos días llegaba un amigo de Portland que sufre de cletofilia en niveles insuperables. Con las bicis puestas en el auto que rentó, nos dispusimos a olvidar el presente entre las montañas (no, nada Broke Back Mountain Ok?).

El desengaño es como un té medicinal, es amargo, pero sabes que te va a hacer bien. Aquel trago tardó un buen rato en pasar por completo, pero de la misma forma en la que una cucharada de miel disfraza la amargura de un té de yerbas, la bicicleta, en ese momento, alivió la amargura típica del desencanto.



Muchos se enamoran de la bicicleta por la sensación de libertad que te brinda. Sin importar si has aprendido a andar en bici de niño o ya de adulto, esa sensación de ir flotando y de ir rompiendo el viento es inigualable, es más, les aseguro que es medicinal.

Aquella semana rodando por distintas montañas y desiertos, fue una terapia sensorial. Particularmente un momento en que el viento comenzó a soplar de frente y el ruido de la ciudad estaba tan lejano como la amargura del desengaño. En ese instante sentí un alivio que entraba por los poros de la piel. Solté el manubrio y cerré los ojos por un par de segundos, sólo un instante, suficiente para agradecer el poder reconfortante de la montaña y la bicicleta.

De vuelta a la ciudad, la vida no era perfecta ni me encontré con un amor platónico con el que me casara, tuviera hijos y viviera feliz para siempre, ¡Walt Disney miente! Pero sí regresé con una idea bien clara: que no hay nada más valioso que contar con una afición, un gusto particular, un "té medicinal" que tener a la mano para seguir adelante, un viento que cure.

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