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jueves, 31 de julio de 2014

A la orilla del Tour de France





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En 1989 el mexicano Raúl Alcalá ganó la tercera etapa del Tour de Francia de ese año. La radio, la televisión y los periódicos mexicanos mencionaron su nombre y el de la ya mítica carrera francesa a tal grado que el eco de esa hazaña se prolongó muchos años más.

Tal vez fue así como llegó a mi el nombre Tour de France. Esta es la forma en que me he explicado como se sembró la semilla de la ronda gala a mi memoria. Luego, en mi adolescencia comencé a practicar ciclismo y cada vez que era la fecha del Tour me chutaba todo el noticiero deportivo para ver un ínfimo resumen de 20 segundos sobre la etapa del día.

Fue hasta la “era Lance Armstrong” que los canales deportivos comenzaron a transmitir las repeticiones de etapas completas y más tarde toda la etapa en vivo.  Para mi, lo único bueno que dejó Lance.

Así fue como cada año, al llegar julio se marcaba una temporada importante en mi agenda. Levantarse a las 7 am, buscar links en internet para no perderme los primeros kilómetros y a las 10 am prender la tele y poner el canal donde se transmite la etapa en vivo y con comentarios en español. Cada año, batallas llenas de adrenalina. La zona de los Alpes y de los Pirineos, las más esperadas.

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Una declaración de amor de dos amigos fue el pretexto perfecto para poner el ojo en la mira. A principio de julio se casarían en París. La invitación vino por parte de mi novia y aunque los pronósticos y estadísticas de mi economía personal pintaban días nublados, acepté. “Vamos, y luego podemos perseguir el Tour”.

Saltar de la pantalla a las carreteras para ver el Tour es un paso mágico, pero para llegar a ello hay que hacer un plan. Busqué en internet consejos y me encontré algunas buenas páginas y un excelente video donde te dan tips para disfrutar al máximo el paso del pelotón.

Renté un carro, solicité un GPS (sumamente importante) y además compré un mapa para cruzar Francia, de París hasta la zona de los Alpes. Sin lugar a dudas las mejores etapas para ver el Tour son las de montaña, pues los ciclistas suelen ir un poco más lento en las subidas.

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Honestamente no tenía idea de lo que me esperaba. Sabía que la gente llegaba a las carreteras desde muchas horas antes o incluso dormían ahí para tener un buen lugar. ¿Pero luego qué? ¿Qué se hace?

Nuestro primer punto fue el Côte d’Echallon, a unos 10 kilómetros de Oyonnax, la meta de la etapa 11 y el inicio de la zona alpina.

Imaginen un día de campo al que llegan cientos de ciclistas en sus campers o automóviles. Bajan su bici, ruedan por la misma carretera por donde horas más tarde pasará el pelotón del Tour, terminan, se abren una cerveza o un vino y preparan unas baguettes de queso brie. Suena bien… Es como si los “pamboleros” tuvieran la oportunidad de echarse una cascarita en el estadio antes de un partido del Mundial y luego ver a los jugadores a unos centímetros de distancia… Ok, no. Esto es un poco más sofisticado.

Como siempre me dijeron “al país que fueres haz lo que vieres”, saqué la cerveza, la baguette, los quesos y luego a dar el rol. Al primero que reconocí y corrí hacia él como niño en Disneylandia fue a Dieter “Didi” Senft, el alemán que se viste de diablo cada año para perseguir a los ciclistas con su tridente. ¡Ya sentía la fiesta venir!

La caravana publicitaria que desde 1930 forma parte del Tour anuncia la víspera del pelotón. La gente se levanta de sus bancos de picnic, los niños se alistan para aventarse a recoger todo lo que avienten y lo mismo los papás y los abuelos. Todos se arremolinan a la orilla de la carretera. En seguida vienen dos, cinco, 15, 20 carros de la organización. Después las motocicletas, otras 20. Y finalmente, desde la lejanía produciendo un sonido in crescendo, el helicóptero que va transmitiendo en vivo desde las alturas. Esa es la última alarma, ahí vienen, todos ellos, los que has visto durante años en televisión, de los que sabes sus nombres y reconoces su rostros aunque lleven casco y lentes.

El singular claxon del carro insignia envolvió el ambiente, luego parecía que todo se había puesto en pausa durante una fracción de segundo y ¡pum! El pelotón comenzó a pasar, uno a uno formando una línea multicolor. Rui Costa, José Serpa, Peter Sagan, Vincenzo , “Purito”. ¡Crucé la pantalla! Dos minutos después un segundo grupo. Luego la gente comenzó a moverse. Iban hacia sus autos y otros estaban escuchando una radio portátil, festejaban: un francés había ganado. Tony Gallopin les hacía el día.  ¡Pero ahí viene uno más! Es Andrew Talansky haciendo el papel de héroe luego de una caída y salvando la etapa por escasos segundos.

Se fueron todos. ¿Fue esto un sueño?

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Para ver la siguiente etapa tenía que manejar más de tres horas, así que nos la brincamos y me dirigí hacia Le Sappey en Chartreuse, un lugar de ensueño rodeado de montañas verdes y cabañas de madera. La mañana siguiente había que estar a primera hora en el Col de Palaquit, un puerto de segunda categoría (o sea, bastante empinado).

Te cuidado con decir que eres mexicano.

La dinámica ya la había aprendido el primer día. Buscar un buen lugar para estacionar el auto, abrir la cajuela, preparar las baguettes y abrir las cervezas.  Bebiendo, sí, pero con moderación. Hasta que se me ocurrió decir a una bolita que era mexicano. Entonces no pasaron ciclistas si no licores multicolor. Y luego me subieron a la bicicleta para trepar unos metros del Col de Palaquit. ¡Ahora sí ya estaba enfiestado!

El ambiente es realmente festivo en los puertos de montaña y entre más empinado sea, más gente y más ambiente hay. Este día fue realmente intenso. Conocimos a una pareja de ingleses que eran aficionados al Team Colombia y llevaban puesto su jersey. También a otro inglés que había hecho dos rutas en bici por América del Sur y consideraba esa parte del mundo como una de sus favoritas.

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Vamos a ganar un buen lugar.

Para la etapa que culminaría en Chamrousse decidimos dormir en el auto, a la orilla de la carretera, en medio de los Alpes. Esta fue la noche más espectacular del viaje, pues el punto donde estacionamos el auto fue el Col d’Lautaret, el puerto de montaña más largo de esta edición del Tour de Francia. La carretera va serpenteando entre las montañas alpinas, dejando ver paisajes que te transportan a las fotografías más espectaculares de cualquier revista de viajes.

Durante la noche siguieron llegando más caravanas y automóviles. El cielo se convirtió en un domo de estrellas con una luz intensa. Al fondo, se escuchaba el agua que deslizaba por una pequeña cascada, producto del deshielo.

Al amanecer reiteramos que habíamos pasado la noche en un lugar majestuoso. Era nuestro último punto para ver al pelotón y sería en un marco natural inigualable.

Tras las horas de espera ya habituales para nosotros, pasaron los autos insignia, las motos, la caravana publicitaria y finalmente el helicóptero.  A lo lejos, una serpiente de colores se deslizaba sobre el asfalto. El sonido de las ruedas y las cadenas haciendo cambios de velocidad pasaron por última vez frente a mi. Se había cumplido un sueño, y el punto final de éste me lo regalaría un ciclista del Team Movistar que lanzó su ánfora justo hacia donde yo estaba. ¡Qué más podía pedir! ¡Vive Le Tour!