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jueves, 7 de agosto de 2014

¿Quién es Tom, ese que graba a los ciclistas?




Que un compañero de trabajo le invitara a la tiendita por algo de comer le cambió la forma de percibir la ciudad a este productor de televisión, fotógrafo y punk de hueso colorado. Y no fue porque saliera esa tarde con una visión de urbanista; ese día se acordó que no sabía andar en bicicleta, aunque ya era demasiado tarde para bajarse de ella.

Recuerda que la bicicleta fue un juguete más de su infancia que pronto se quedó arrumbado junto a los otros objetos que le daban diversión en esa época. En su adolescencia la bici era sinónimo de panadero, niños en el parque o ridículos en licra y casco fosforescentes.

Hace un año llegó a las oficinas de Cletofilia con una lista de fotografías, perfiles de Facebook y Twitter de una veintena de personajes involucrados en lo que podríamos llamar el “movimiento bicicletero” de la Ciudad de México. Creí que se trataba de un agente secreto del CISEN o de algún periodista que sabía hacer su trabajo.

Tomás Canchola lleva más de cuatro años como productor del programa EMCO (Especiales musicales de Central Once) en el Canal Once y 18 como fotógrafo. Sus días los divide en entrevistas con rockeros independientes, rodadas por la ciudad y algunos combates en el dojo.

Todo destino lleva un camino por recorrer y para dividir su día en estas actividades tuvo que recorrer un largo trecho que comenzó al abrir un estuche de piel que en su interior guardaba una cámara Retina Reflex de 1968, herencia de su papá, un abogado estricto y padre de carácter seco y fuerte. El aparato venía acompañado de lentes y algunos rollos. Era perfecta para sacar una tarea de la prepa.

El primer rollo que reveló le hizo sentir que era bueno para algo más que escuchar a la Polla Records o Atóxico en su cuarto o ver las tocadas en el programa Águila o Rock. Los rollos de fotografía se enredaron en su vida al mismo tiempo que encontraba su identidad en las páginas de la revista Conecte donde se enteró del Chopo, los verdaderos Punks y un DF muy particular que se le quedaría grabado en la piel... Literalmente.

La tinta de Tom

Las raíces de Tom las puedes ver en sus pantorrillas, más allá de una forma retórica. En la izquierda lleva una D y en la derecha una F. Iniciales de la ciudad que lo vio nacer y lo ha visto crecer, aunque cada año deba huir a la playa. La palmera y las olas las lleva tatuadas en la pantorrilla izquierda, a un lado de su abuelo materno. En la derecha están los símbolos que para él son más el lado de la razón. Ahí está el retrato de su papá y la ilustración de un dinosaurio a modo de explicación científica. En total son 14 los tatuajes que lleva en su piel hasta ahora.

Tríptico de un reencuentro con la bici

1.
Una bici con rueditas que la guardan en el auto familiar y la sacan al llegar al parque. Un niño que la pedalea y la devuelve al auto para regresar a casa.

2.
Encerrado en una casa en Cuernavaca, trabajando en una postproducción, su compañero le dice que vayan por un “monchis” a la tiendita más cercana. Acepta. Su compa se sube a una bici mientras señala a Tom la otra para que se suba. Obedece, monta el cuadro, toma el manubrio y se queda inmóvil mientras ve cómo su compañero se aleja, hace una pausa y regresa para preguntarle si está bien. “No sé andar en bici”.

3.
Es 2007. Está de vacaciones en Chilpancingo. Las chelas rolan todo el día en el traspatio de una fábrica abandonada donde hay una bici. Pasa todas las vacaciones intentando dar más de tres pedaladas, hasta que logra dominarla. “Ya sé andar en bici”.

Para rematar su reencuentro con la bicicleta tuvo que haber una ciudad gringa y una crisis existencial. En un viaje a Nueva York vio que la gente se movía en bicicleta y pensó que eso sería posible en el DF de sus amores. Regresó con la crisis de los 30 en los hombros, hacer algo que nunca has hecho es un paliativo para cruzar ese umbral del desequilibrio humano. Lo consiguió comprándole una BMX a un buen cuate. El cuadro llevaba calaveras y era negra. En ella iba y venía de su otro paliativo: el Karate. Todo era perfecto, hasta que se la robaron y tuvo que comprarse otra, una de montaña. Por supuesto negra.

Hoy Tom ya no me parece un agente del CISEN, y si lo es está muy cabrón. Aparece en todas las rodadas masivas, fiestas y muy regularmente en la tienda Velodrome, lugar donde dice haber sellado su pertenencia a lo que bien podríamos llamar el “movimiento bicicletero” de la Ciudad de México. Siempre con su cámara tomando fotos y levantando video. Él dice que es para un documental sobre dicho movimiento. No lo sabemos con certeza, lo único que es seguro es que Tom es un personaje que merece estar en esa lista que él mismo llevó hace un año a las oficinas de Cletofilia, y que en su cámara están todos los rostros de los que se jactan de ser ciclistas urbanos.