Que un compañero de trabajo le invitara a la tiendita por algo de comer le cambió la forma de percibir la ciudad a este productor de televisión, fotógrafo y punk de hueso colorado. Y no fue porque saliera esa tarde con una visión de urbanista; ese día se acordó que no sabía andar en bicicleta, aunque ya era demasiado tarde para bajarse de ella.
Recuerda que la bicicleta fue un
juguete más de su infancia que pronto se quedó arrumbado junto a
los otros objetos que le daban diversión en esa época. En su
adolescencia la bici era sinónimo de panadero, niños en el parque o
ridículos en licra y casco fosforescentes.
Hace un año llegó a las oficinas de
Cletofilia con una lista de fotografías, perfiles de Facebook
y Twitter de una veintena de personajes involucrados en lo que
podríamos llamar el “movimiento bicicletero” de la Ciudad de
México. Creí que se trataba de un agente secreto del CISEN o de
algún periodista que sabía hacer su trabajo.
Tomás Canchola lleva más de cuatro años como productor del programa EMCO (Especiales musicales de
Central Once) en el Canal Once y 18 como fotógrafo. Sus días los
divide en entrevistas con rockeros independientes, rodadas por la
ciudad y algunos combates en el dojo.
Todo destino lleva un camino por
recorrer y para dividir su día en estas actividades tuvo que recorrer
un largo trecho que comenzó al abrir un estuche de piel que en su
interior guardaba una cámara Retina Reflex de 1968, herencia de su
papá, un abogado estricto y padre de carácter seco y fuerte. El
aparato venía acompañado de lentes y algunos rollos. Era perfecta
para sacar una tarea de la prepa.
El primer rollo que reveló le hizo
sentir que era bueno para algo más que escuchar a la Polla Records o
Atóxico en su cuarto o ver las tocadas en el programa Águila o Rock. Los rollos de fotografía se enredaron en su vida al mismo
tiempo que encontraba su identidad en las páginas de la revista
Conecte donde se enteró del Chopo, los verdaderos Punks y un
DF muy particular que se le quedaría grabado en la piel...
Literalmente.
La tinta de Tom
Las raíces de Tom
las puedes ver en sus pantorrillas, más allá de una forma retórica.
En la izquierda lleva una D y en la derecha una F. Iniciales de la
ciudad que lo vio nacer y lo ha visto crecer, aunque cada año deba
huir a la playa. La palmera y las olas las lleva tatuadas en la
pantorrilla izquierda, a un lado de su abuelo materno. En la derecha
están los símbolos que para él son más el lado de la razón. Ahí
está el retrato de su papá y la ilustración de un dinosaurio a
modo de explicación científica. En total son 14 los tatuajes que
lleva en su piel hasta ahora.
Tríptico de un reencuentro con la
bici
1.
Una bici con rueditas que la guardan en
el auto familiar y la sacan al llegar al parque. Un niño que la
pedalea y la devuelve al auto para regresar a casa.
2.
Encerrado en una casa en Cuernavaca,
trabajando en una postproducción, su compañero le dice que vayan
por un “monchis” a la tiendita más cercana. Acepta. Su compa se
sube a una bici mientras señala a Tom la otra para que se suba.
Obedece, monta el cuadro, toma el manubrio y se queda inmóvil
mientras ve cómo su compañero se aleja, hace una pausa y regresa
para preguntarle si está bien. “No sé andar en bici”.
3.
Es 2007. Está de vacaciones en
Chilpancingo. Las chelas rolan todo el día en el traspatio de una
fábrica abandonada donde hay una bici. Pasa todas las vacaciones
intentando dar más de tres pedaladas, hasta que logra dominarla. “Ya
sé andar en bici”.
Para rematar su reencuentro con la
bicicleta tuvo que haber una ciudad gringa y una crisis existencial.
En un viaje a Nueva York vio que la gente se movía en bicicleta y
pensó que eso sería posible en el DF de sus amores. Regresó con la
crisis de los 30 en los hombros, hacer algo que nunca has hecho es un
paliativo para cruzar ese umbral del desequilibrio humano. Lo
consiguió comprándole una BMX a un buen cuate. El cuadro llevaba
calaveras y era negra. En ella iba y venía de su otro paliativo: el
Karate. Todo era perfecto, hasta que se la robaron y tuvo que
comprarse otra, una de montaña. Por supuesto negra.
Hoy Tom ya no me parece un agente del
CISEN, y si lo es está muy cabrón. Aparece en todas las rodadas
masivas, fiestas y muy regularmente en la tienda Velodrome, lugar
donde dice haber sellado su pertenencia a lo que bien podríamos
llamar el “movimiento bicicletero” de la Ciudad de México. Siempre
con su cámara tomando fotos y levantando video. Él dice que es para
un documental sobre dicho movimiento. No lo sabemos con certeza, lo
único que es seguro es que Tom es un personaje que merece estar en
esa lista que él mismo llevó hace un año a las oficinas de
Cletofilia, y que en su cámara están todos los rostros de los que
se jactan de ser ciclistas urbanos.